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El taller de la bruja Gertrudis es un blog de encuentro de personas a las que nos gusta la lectura donde podemos dejar comentarios de los libros que vamos leyendo con el ánimo de tener un punto de referencia de los libros que nos gustan y un espacio que yo he llamado Cajón de sastre, donde cabe desde un poema a una reflexión o una frase o cualquier cosa que se nos ocurra.

lunes, 5 de noviembre de 2012

La tienda donde venden mamás


Érase una vez, en un país encantado, un niño que no estaba contento. Este niño se llamaba Alfredo. Pero a pesar de su bonito nombre, Alfredo estaba muy enfadado, sobre todo con su mamá.

Alfredo no la obedecía nunca cuando ella le llamaba y hacía tantas tonterías que es mejor no contarlas porque esto os podía hacer reír, o incluso os daría ganas de hacer algunas de ellas.


Su mamá era una mujer dulce y paciente, aunque Alfredo era demasiado exagerado, porque decía que ella montaba en cólera, como todas las mamás, y para él eso era terrible.

Un día Alfredo se portó de una manera tan insoportable, que ella le dio un cachete, era la primera vez que Alfredo recibía un cachete. Esto le trastornó y le enrabietó. 

-¡Me voy de casa!- dijo Alfredo. 
-¡Me da igual!- dijo la mamá. 
-¡Y no volveré nunca más! 
-¡Muy bien, hijo!. 
-¡Me voy a comprar otra mamá más amable que tú!. 
-¡Hala, coge tu maleta y adiós!,- dijo al fin la mamá.

Entonces Alfredo cogió su maleta y su abrigo y se fue solo a la calle.

Pero, como Alfredo vivía en un país encantado, allí no había coches y los niños podían ir solos. Las personas mayores eran amables, dulces y pacientes y no trataban de llevarse a los niños como ocurre en otros países. Así es que Alfredo podía salir sin ningún peligro. 

Al principio, Alfredo marchaba todo erguido sin mirar a nadie. Estaba muy enfadado. 

Después, comenzó a mirar los escaparates de las tiendas. Se detuvo delante de una tienda de chuches, delante de una juguetería, delante de una heladería, pero pasó muy deprisa delante de la tienda de cachetes y de la tienda de castigos. (Ya os he dicho que Alfredo vivía en un país encantado). 

Hasta que al fin llegó a la tienda más bonita del país. Era la tienda donde venden mamás. El escaparate era enorme y muy luminoso por las luces de colores chillonas. Todo el mundo se paraba delante de la tienda. ¡El espectáculo era maravilloso!

Allí se podía ver a las mamás más guapas del país. 

Eran mamás que no habían podido tener niños o mamás que ya los habían tenido, pero que querían tener otros a los que ya no querían sus mamás. (Ya os he dicho que Alfredo vivía en un país encantado). 

Cuando Alfredo llegó delante de la tienda donde venden mamás, había varias mamás en el escaparate. 

Las mamás estaban sentadas en sillas y preparaban regalos para los niños, una tricotaba y cosía vestidos para las muñecas, otra hacía dulces de mermelada, incluso otra hacía pompas de jabón con una trompeta y la última construía una casa con grandes cajas de cartón. 

Alfredo no dejaba de mirar a estas bonitas mamás, y tenía muchas ganas de comprarse una. 

Pero en esta bonita tienda solamente los niños abandonados podían entrar, así es que Alfredo (como era tan travieso) decidió mentir. Y cuando el portero le preguntó qué quería, Alfredo le respondió: 

-Me han abandonado mis padres en un bosque como a Hansel y Gretel y por eso vengo a la tienda a comprarme una mamá, y me gustaría que fuese guapa y sobre todo muy cariñosa. 

-¡Entra pequeño!- respondió el portero, y sube a la primera planta, es donde están las mamás más cariñosas. 

Entonces Alfredo cogió el ascensor, porque tenía muchas ganas de tocar todos los botones, y subió a la primera planta. 

Cuando salió del ascensor, Alfredo se quedó deslumbrado. La tienda estaba llena de mamás adorables, de todos los colores, de todas las tallas, gruesas, delgadas, e incluso rayadas. Hablaban con dulzura y sonriendo, y como las del escaparate, fabricaban regalos para los niños. 

Alfredo no sabía cuál elegir, así es que se acercó a la que estaba a su lado: una guapa mamá verde y muy amable.

Buenos días señora, me llamo Alfredo y busco una mamá más cariñosa que la mía, me puede decir ¿qué me haría si yo fuese a su casa?

-Claro Alfredo, dijo la mamá verde. Escucha, si vienes a mi casa, te podrías poner enfermo tranquilamente porque yo no te obligaría a tomar los medicamentos. Cuando el doctor se marchara, tiraría el jarabe malo por el fregadero y pondría los supositorios en una cacerola para que se derritiesen, rompería el termómetro y espachurraría las pastillas con mi talón. 


¡Tú puedes estar tranquilo!

-¡Andá!, piensa Alfredo. Si yo estuviera verdaderamente enfermo, ella me dejaría morir. Puede ser muy amable, pero yo quiero comprar otra. 

Entonces se aproximó a una mamá azul con un aspecto muy tierno y le dijo:

-Buenos días señora, quisiera comprar una mamá más cariñosa que la mía, me gustaría saber ¿qué me pasaría si me fuese a su casa?

-Si tú te vienes a mi casa, pequeño, dijo la mamá azul, podrías comer todo lo que te gustara. Yo no te pondría nunca pescado ni verduras. No comerías más que postres: cremas, flanes, helados y compotas, tartas, bizcochos borrachos bañados con salsas de helado, chocolate con leche. Sin contar con los caramelos y las bebidas azucaradas (colas y limonadas). 

En resumen, te mimaría, Alfredo.

-¡Y bien!, piensa Alfredo, si yo voy a su casa me dolería el corazón, el vientre y sobre todo se me picarían los dientes. Ella puede ser todo lo amable que quiera, pero será mejor que yo me busque otra madre.

Entonces Alfredo se dirigió al fondo del almacén donde había una guapa mamá roja linda de verdad. Y le dijo:
-Buenos días, señora, me gustaría comprar una mamá ¿Puede explicarme qué me pasaría si voy a su casa?.

-Pues en mi casa, pequeño, serás muy feliz, porque jamás, escúchame bien, jamás te castigaré. Tendrás derecho a hacer todo los que tú quieras: no irás al cole, y podrás ver la televisión todas las noches, no tendrás que arreglar tu habitación ni poner la mesa, te podrás hacer pis en la cama, y no lavarte nunca las manos e incluso contestarme mal. Pero yo, escúchame, ¡nunca te castigaré!

-¡Halá!, piensa Alfredo, con esta mamá yo me puedo aburrir. Si todo está permitido no sabré ya lo que está prohibido y entonces ya no podré hacer tonterías. Si no voy al cole, no tendré compañeros. ¡No, esta mamá es demasiado amable!

Entonces Alfredo mira a todas las mamás que quedan en el almacén: las amarillas, las marrones y las rosas, y piensa que parecen demasiado empalagosas (es decir, demasiado amables). 

Alfredo volvió a coger el mismo camino pasito a pasito. Volvió a bajar por el ascensor y cerró la puerta sin hacer ruido para que el portero no le preguntara por qué se marchaba con las manos vacías. 

Cuando llegó a la calle, se puso a correr sin poder más y llegó muy deprisa a su casa. Abrió la puerta y llamó a su mamá.


-Mamá, mamá ¿dónde estás?. 

Pero ella no le respondía. No había nadie en su casa. 

Entonces Alfredo se puso a llorar y a llorar sin poder parar.

A la caída de la noche, Alfredo se fue a la cama muy triste porque su mamá no estaba en casa. Pero sobre su almohada había una carta que Alfredo cogió rápidamente y leyó:

“Querido Alfredo, si me buscas, estoy en la tienda donde venden mamás, en la 3ª planta en la sección de  mamás normales, ni demasiado amables, ni demasiado malas. Si quieres encontrarme, date prisa, porque podrías ser que otro niño me comprase”.

Alfredo salió corriendo, corriendo de su casa hacia el almacén. 

¿Tú crees que llegó a tiempo?

(Sylvie Ramon)

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